Pues nada, que hoy es 5 de diciembre, fecha en la que arrancará otro Teleton de esos que organiza Televisa con el fin de recaudar fondos con fines de beneficencia.
O al menos eso es lo que la mayoría piensa.
Y es que, según muchos aseguran, bajo la aparente máscara de la buena voluntad se oculta un corrupto propósito: la evasión de impuestos, bueno, realmente no aplicaría el término: al "donar" usted mediante el consumo de una marca específica que apoye al Teletón, en realidad quien hace ese donativo es la compañía propietaria de esa marca, y luego, de acuerdo con las leyes de Hacienda mexicanas, puede deducir esa cantidad de sus impuestos, o hasta peor: si la cantidad donada a beneficencia llegase a superar el monto de impuestos que la empresa debe pagar, el gobierno le regresa la diferencia.
Un punto que a mí me desagrada bastante de los Teletones es la manera sentimental en la que presentan a las personas discapacitadas: como si fueran sujetos obligatorios de caridad y que forzosamente deben ser víctimas de su condición.
Pero bueno, un importante sector de la población mexicana sigue pegada al televisor y creyendo lo que éste diga... tal como las primeras veces que se hizo este Teletón, desde 1997, cuando era la gran novedad, y tenías que verlo, cuando el pueblo mexicano era ingenuo.
Ingenuo igual que yo, que por aquellos días apenas pasaba la primera década de mi existencia, quitaban de mi rutina a mis amadas caricaturas, pero a diferencia de aquellos años, nos era fácil a todos los niños de la cuadra salirnos a jugar a la calle. En esos años el Internet era solamente una extraña palabra que pertenecía a los vecinos del norte.
Un montón de juguetes, algunos trozos de basura, tierra, piedras, y listo, el entretenimiento estaba servido.
El primer Teletón no salimos a la calle, aquel diciembre de 1997 fue testigo de la ultima nevada que hasta ahora haya visto la Comarca Lagunera, todo mundo estaba en su rica camita. Al año siguiente sí salimos a la calle, y mientras jugábamos aquella noche del 5 de diciembre de 1998, un extraño destello llamó mi atención.
Inmediatamente hice voltear a todos mis amigos hacia el cielo del oeste, frente a nosotros pasaba una extraña bola de luz como nunca habíamos visto, una luminosidad blanca que dejaba tras de sí una tenue estela del mismo color, y que terminaba perdiéndose en su extremo más lejano.
Eran mis años de ingenuidad en los que devoraba los fraudes que Jaime Maussan sacaba en su Tercer Milenio, y lo primero que afirmé es que se trataba de un OVNI. Un silencio casi sepulcral nos invadió, éramos los únicos en la calle a esa hora: un grupito de niños por aquí, otros por allá, todos los adultos estaban adentro de las casas, embobados viendo los lloriqueos de Lucero y el milagroso "repunte" del Teletón en las ultimas horas.
Aquella extraña bola de fuego desapareció del firmamento en menos de un minuto, no así la cola brillante de esa cosa, que permaneció en el cielo durante unos quince minutos hasta desvanecerse por completo.
Pero henos ahí, callados, algunos corrieron a llamar a sus padres, extasiados por lo que acababan de ver: aquellos adultos que salieron no daban crédito al testimonio de sus hijos, seguramente la imaginación infantil nos había jugado una mala pasada.
Alguno que otro reaccionó con temor y se puso a llorar. El fin del mundo se acercaba.
En cuanto a mí, ese recuerdo permanece nítido en mi memoria, aún me veo allí enfrente de mi casa, la calle sin pavimentar, los carritos rojos de juguete, y aquella extraña bola de fuego.
Recuerdo que a los pocos días informaron en las noticias que un satélite había caído al mar en el Océano Pacífico, aquella explicación entonces me dejó satisfecho, y posiblemente fue ahí cuando empecé mi carrera como escéptico del fenómeno OVNI.
Sin embargo, casi 20 años han pasado desde aquel día, el Teleton sigue rompiendo sus marcas de manera inverosímil cada año, y yo aún no he encontrado datos que expliquen qué clase de satélite u objeto fue el que cayó aquella noche del cielo al mar.
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